Por Julieta Ogando
Cristian Mac Entyre
Palacio Libertad
3 sept 2025
¿Qué clase de ironía cósmica hace que un artista daltónico se obsesione con el color? En el caso de Cristian Mac Entyre, no se trata de una limitación sino de un desafío: allí donde la percepción parece jugarle en contra, él decide convertirla en motor de obra. Su propuesta no mira al color como pigmento sino como piel: una membrana sensible e inquieta, que respira y se deja rozar por la mirada. Y mientras tanto, carga con un apellido que pesa tanto como una piedra fundacional del arte generativo argentino. Pero en lugar de sombra, esa herencia paterna funciona como una escalera apoyada: no le evita el esfuerzo, pero sí le permite subir desde un peldaño distinto. Lo interesante es que al mirar sus cuadros y estructuras, uno entiende que esa escalera no conduce hacia arriba, sino hacia adentro: a un territorio donde la geometría late, el color respira y lo óptico se vuelve, literalmente, experiencia vital.
La muestra se titula La piel del color y se presenta como un recorrido por la obra reciente de Cristian Mac Entyre. El proyecto cuenta con curaduría de Rodrigo Alonso, y despliega un conjunto de piezas que van desde pinturas acrílicas sobre tela hasta estructuras en acrílico y cajas cinéticas en movimiento. No es una exhibición de contemplación pasiva: es un laboratorio perceptual que exige al espectador desplazarse, rodear, dejarse engañar por vibraciones y reflejos.
Cristian Mac Entyre (Buenos Aires, 1967) creció en un entorno donde el arte era idioma cotidiano: es hijo de Eduardo Mac Entyre, cofundador del movimiento de Arte Generativo en 1960. Autodidacta y daltónico, estudió diseño gráfico en la UBA y desde 1997 expone de forma sostenida en instituciones de Argentina y del extranjero. En 2018 fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura por la Legislatura porteña, un reconocimiento que confirma lo que su trayectoria ya sugería: supo transformar un linaje pesado en un lenguaje propio.
En La piel del color, lo geométrico y lo cinético conviven sin jerarquías. Las pinturas despliegan tramas que se desplazan y ondulan; las estructuras acrílicas juegan con la superposición y el azar; y las cajas cinéticas hacen que los objetos respiren, literalmente, con motores, luces y reflejos. Es una cartografía de pulsos donde el color se vuelve carne, donde lo visible roza lo invisible, y donde cada soporte parece insistir en la misma premisa: lo que se mueve no es la obra, somos nosotros al mirarla.
Cosmos, malla, memoria: anatomía de las obras recientes
En Espíritu en el cosmos (2022), el acrílico sobre tela se despliega como una galaxia controlada por regla y compás. Líneas curvas se entrelazan en una coreografía hipnótica: no hay un punto fijo de reposo, todo late en espiral. El color se organiza como un estremecimiento puro, como un ritmo que activa la retina y empuja al ojo a moverse en círculos. No es un cosmos representado, es un cosmos generado: geometría que respira.

Espíritu en el cosmos. Acrílico sobre tela 150x150cm. (2022). Cristian Mac Entyre
En Ondulación para un cuerpo que no existe (2025), la superficie cambia de plano: ya no es tela sino malla metálica. Allí las líneas parecen huellas de agua que se expanden, ondas que se propagan en un espacio vacío. El cuerpo “que no existe” es, paradójicamente, el del espectador: somos nosotros los que aportamos la carne que la malla sugiere. La geometría se convierte en eco, y la transparencia del soporte refuerza esa condición fantasmática: la obra está y no está, tiembla y se disuelve a la vez.

Ondulación para un cuerpo que no existe. Acrílico sobre malla metálica, 100x100cm. 2025 Cristian Mac Entyre
Memoria Vibrante (2024), trabajada en placas acrílicas, es quizá la más explícita en su apuesta perceptual. Capas superpuestas generan interferencias que se mueven con el desplazamiento del público. Aquí la memoria no es archivo estático, sino un pulso que se reactiva en cada mirada. Cada paso lateral cambia la imagen, cada ángulo la altera: la obra se vuelve dispositivo óptico, casi máquina de percepción.

Memoria Vibrante. Acrílico sobre placas acrílicas 60x60 cm 2024. Cristian Mac Entyre
La serie se completa con piezas donde la geometría abandona el plano bidimensional para convertirse en caja cinética. En Conteniendo el pasado (2011), por ejemplo, el movimiento ya no es ilusión sino mecánica real: motores, espejos curvos y reflejos de luz que producen un teatro de sombras y destellos en perpetua transformación. Aquí la herencia del arte generativo argentino se actualiza con un pulso psicodélico y tecnológico: de la trama racional a la vibración sensorial.

Conteniendo el pasado. Caja cinética, Año 2011 medidas_ 103 x 64 x 38,5 cm. Cristian Mac Entyre
El espectador no es un observador externo sino un engranaje más del sistema. La obra exige ser rodeada, atravesada, mirada desde múltiples ángulos. No hay imagen fija: cada ojo fabrica su propio cuadro. Esa inestabilidad perceptual no es un defecto, es el verdadero medio de Mac Entyre. El soporte puede ser tela, acrílico o metal, pero el material fundamental es la mirada en movimiento.
La geometría como idioma de emociones
La obra de Cristian Mac Entyre se sitúa en esa frontera inestable entre lo real y lo aparente, lo manifiesto y lo latente. Sus superficies no son simples campos cromáticos: son membranas vivas, pieles que respiran, que hacen del color un organismo sensible. La fluctuación óptica funciona como metáfora del pulso vital: todo lo que parece fijo —una línea, una trama, una figura geométrica— en realidad late, se desplaza, se desordena.
En algunas piezas, el gesto más radical es mostrar lo que habitualmente se oculta. El bastidor, ese esqueleto invisible del cuadro, aparece expuesto. Allí la pintura se convierte en confesión estructural: lo que sostiene la forma se vuelve protagonista. Como en la vida emocional, lo oculto es lo que en verdad carga con el peso, y sacarlo a la superficie implica dignificar lo que estaba condenado a ser tramoya.
La geometría, lejos de ser un código frío, se convierte en un idioma para hablar de emociones desbordadas. Donde el lenguaje verbal tropieza, las secuencias de color y las ondulaciones visuales enuncian lo inefable. Mac Entyre no pinta formas exactas: pinta incertidumbres ordenadas, pulsos íntimos traducidos a retículas y curvas.
El color, a su vez, deja de ser superficie para convertirse en piel. No cubre: vibra, late, se contrae. Esa corporalidad cromática nos recuerda que mirar también es una forma de tocar, que la visión no se agota en la retina sino que afecta la respiración, la piel, la memoria.
Históricamente, la obra de Mac Entyre dialoga con el legado de la abstracción geométrica argentina —desde el arte concreto hasta el movimiento generativo fundado por su padre Eduardo—, pero lo hace desde un presente que ya no se contenta con la pureza formal. Aquí lo geométrico se contamina con lo psicodélico, lo óptico se vuelve afectivo, y lo cinético adquiere resonancia filosófica. Si en los años 60 la geometría era promesa de modernidad, hoy, en manos de Mac Entyre, es un modo de recordarnos que incluso las formas más racionales esconden un temblor vital.
¿Movimiento en la obra o en nuestra mirada?
Lo interesante de Cristian Mac Entyre no es solo la impecable continuidad de un linaje geométrico que arranca en el arte concreto y se expande con el movimiento generativo de su padre, sino la manera en que lo subvierte. Donde Eduardo proponía una geometría como sistema autosuficiente, Cristian la transforma en organismo: un arte perceptual que respira, late, que se deja contaminar por lo poético. La geometría, aquí, ya no es un diagrama de control, sino un modo de exhibir el temblor de lo vivo.
Su obra nos recuerda que el movimiento no siempre está en los motores o en las superficies, sino en nuestra propia mirada. Y esa constatación es profundamente política: ¿qué implica que seamos nosotros los que ponemos el movimiento en juego? ¿Por qué necesitamos volver una y otra vez a la geometría cuando todo alrededor se vuelve caótico? Quizás porque esa disciplina de líneas y ritmos nos ofrece un refugio, un espejo deformado donde lo racional se desborda en resonancias y lo ordenado se desarma en ondas.
En tiempos donde el debate artístico se suele quedar en la espuma de la coyuntura, Mac Entyre insiste en lo perceptual como espacio de resistencia. Su arte no busca ilustrar un tema sino obligarnos a mirar distinto. Y en ese gesto hay más contemporaneidad que en cualquier obra ansiosa por estar “a la moda”.
Cierro con una sospecha muy propia de este espacio: mientras muchos discursos del arte contemporáneo parecen quedarse sin aire, las obras de Mac Entyre, paradójicamente, respiran mejor que los críticos que intentan etiquetarlas.