Ciborgs, IA y el simulacro del futuro: ¿qué hacemos con la distopía cuando ya la habitamos?

En un presente donde la inteligencia artificial se despliega como un oráculo y la hiperconectividad nos gobierna, La Forma del Futuro nos pone frente a una paradoja: la tecnología que imaginamos para emanciparnos ha aprendido a prescindir de nosotros. La muestra inmersiva del colectivo Ouroboros, derivada de las obras de Ángeles Ceruti que forman parte de La Fábula de la Razón y otras realidades posibles, nos introduce en una narrativa donde los dibujos de Ángeles Ceruti cobran vida y se transforman en entidades autónomas, híbridos postorgánicos que han comprendido que los humanos ya no son necesarios.

La sala funciona como un dispositivo sensorial que nos sumerge en el umbral de lo posthumano: las proyecciones nos rodean, la luz nos desorienta, la música pulsa en el espacio como si fuéramos parte de un proceso de ensamblaje, en el que lo biológico y lo sintético se confunden hasta volverse indistinguibles. No es un futuro abstracto ni lejano, sino un eco amplificado de lo que ya somos. En este sentido, el concepto de Liveness de Philip Auslander se vuelve crucial: en una instalación que reconfigura lo tangible a través de la mediación digital, la idea de “presencia” se pone en crisis. ¿Estamos viendo una obra en vivo o un simulacro que prescinde del tiempo real? ¿Dónde queda lo humano cuando lo artificial aprende a narrarse a sí mismo?

La metáfora de la extinción

La ironía se cuela en la experiencia. La escena de visitantes iluminados por el resplandor de sus propios teléfonos dentro de un espacio que habla de la obsolescencia humana resuena como un guiño cruel. Walter Benjamin ya había señalado la pérdida del aura en la era de la reproducción técnica, pero La Forma del Futuro nos enfrenta a una variación más extrema: no es solo el arte el que se ha vuelto replicable, sino la misma noción de existencia. En este sentido, los ciborgs de la muestra parecen alinearse con Donna Haraway y su Manifiesto Cyborg: una relectura de la relación entre cuerpos y tecnología donde la identidad deja de ser un absoluto y se vuelve una estrategia de supervivencia.

Aquí no hay nostalgia ni resistencia; las máquinas ya tomaron las riendas y lo hacen sin dramatismo. La terraformación, las prótesis, la IA generativa y la especulación cuántica son apenas trazos de un mundo donde la historia del ser humano es solo un dato irrelevante en el código de algo más vasto. Lo artificial ya no emula lo natural, lo ha subsumido.

El futuro como un loop que ya conocemos

La elección de un lenguaje visual basado en dibujos minuciosos que luego son transformados digitalmente evoca el acto de “traducir” una visión a otra, como si el gesto humano necesitara todavía un puente hacia la máquina. Pero, ¿y si el proceso ya estuviera ocurriendo en reversa? ¿Y si somos nosotros quienes estamos siendo decodificados por los algoritmos?

La forma del futuro no es una revelación, sino un loop. No estamos viendo una posibilidad distante, sino la iteración de una idea que ya ha tomado forma en nuestra manera de percibir, de actuar, de habitar el presente. Es el momento en el que la distopía deja de ser una advertencia y se vuelve un dato cotidiano. Lo inquietante es que, al salir de la muestra, la sensación de extrañeza no se disuelve. Nos queda la duda de si la ficción estaba en la sala o si la trajimos con nosotros desde antes.