Por Julieta Ogando
27 galerías, 36 artistas individuales, y 23 proyectos
Banco de Corrientes
5 may 2025
Hay algo en las ferias de arte que suele repetirse: el riesgo de volverse inabarcables, de que el espectáculo devore el contenido. Sin embargo, ArteCo 2025 —la séptima edición de esta feria correntina que ya parece haber alcanzado su madurez— hace del equilibrio una apuesta central. Entre lo local y lo nacional, entre la feria y el festival, entre el mercado y la formación, se teje un entramado que se siente cada vez más como una red de afectos, de apuestas situadas y de profesionalización cultural. Una chamigada expandida.
La palabra _chamigada_, que el curador Joaquín Rodríguez usa para describir el programa de apertura profesional del día 21 de mayo, condensa más que un gesto simpático: plantea una ética. No se trata solo de mostrar, sino de construir colectivamente las condiciones para que algo suceda —una red de relaciones, de intercambios, de visibilidades— que supere el esquema tradicional de vitrinas blancas y ventas silenciosas.
En esta edición, ArteCo vuelve a instalarse en el centro urbano, en el espacio recuperado del antiguo Cine Teatro Colón. Ese gesto urbano no es menor. Recuperar un edificio con historia para alojar una feria de arte contemporáneo es también un acto político: reactualizar un espacio del deseo colectivo, de la experiencia compartida, para interpelar nuevos modos de mirar, producir y habitar la cultura. En palabras del propio Rodríguez durante la presentación, hay expectativa, nostalgia y comunidad en juego: “ya me empezaron a contar muchas anécdotas”, dijo entre risas.
Con más de 250 artistas y la participación de 27 galerías, 23 proyectos colectivos y artistas invitados, ArteCo no solo se consolida como feria, sino que comienza a funcionar como termómetro de las prácticas contemporáneas en el norte argentino. La descentralización del circuito artístico —tan invocada y tan poco materializada— parece, en Corrientes, encontrar no una promesa sino un proceso. Y eso merece atención.
La feria reivindica su singularidad regional sin encerrarse en el pintoresquismo. No se trata de competir con otras ferias, sino de generar algo propio, donde artistas, gestores y públicos del litoral puedan reconocerse y crecer.
Un archivo vivo del litoral: curaduría como afecto, escucha y pregunta
Uno de los gestos más significativos de ArteCo 2025 es asumir que una feria no necesita justificarse únicamente por su capacidad comercial, sino por el modo en que articula y activa la escena que la sostiene. Y en esta edición, la escena no es solamente “la del arte contemporáneo del litoral”, sino una red en movimiento que incluye gestores, artistas, proyectos independientes, instituciones educativas y más. El mapa se expande y la curaduría no intenta contenerlo: lo abraza.
Desde esa perspectiva, el rol de la curaduría se aleja del exhibicionismo autoral y se acerca más a una forma de mediación crítica y sensible. Hay una curaduría que pregunta, que escucha y que hace lugar. ArteCo es un proceso cocido a fuego lento desde la trama local.
Este año, la selección no se organiza por grandes ejes curatoriales abstractos ni por categorías temáticas rígidas. En lugar de eso, cada espacio —galería, colectivo o artista invitado— presenta su propia narrativa visual, sin quedar disuelto en un discurso totalizante. Es un modo de reconocer la diversidad de estéticas y agendas que conviven en la región sin imponer jerarquías estilísticas ni agendas ajenas. El archivo, el territorio, la memoria oral, las materialidades textiles, las disidencias, los mitos guaraníes, la fiesta popular, la lengua y la hibridez técnica son algunas de las tensiones que se repiten como pulsos —no como etiquetas— en muchas de las propuestas.
En este punto, la feria funciona casi como una gran constelación donde cada punto emite su propia luz, pero se potencia en relación con los demás. Se podría hablar, siguiendo a Graciela Carnevale o a Mignolo, de una “epistemología desde el sur”: no como consigna, sino como práctica situada. Una curaduría que deja espacio para la incertidumbre, que se permite trabajar con el error, con la fragilidad y con lo comunitario. Un archivo vivo.
Además, la incorporación de voces locales no se limita a los artistas en exposición. La feria propone charlas, talleres, recorridos pedagógicos y espacios de diálogo con comunidades que no suelen tener acceso a los circuitos del arte contemporáneo. En este sentido, la curaduría se convierte también en una forma de hospitalidad.
En palabras de Joaquín Rodríguez, “el rol de la comunidad local es superimportante, sobre todo porque pueden activar toda una red de distintas instituciones que normalmente trabajan aisladamente”. No se trata solo de pensar solo en términos de exhibición o ventas, sino de cómo una feria puede funcionar como catalizador de vínculos, como un tejido que se reactiva al calor del encuentro. “Quiénes somos, quiénes son los artistas, qué están produciendo”, se pregunta el curador, señalando que la feria también ofrece una pausa para el reconocimiento interno. No hay aquí una curaduría impuesta desde un centro, sino un ejercicio de escucha extendida, donde el mapa artístico se construye a partir de recorridos compartidos, diferencias territoriales y potencias emergentes.
Cartografías del presente: espacios, artistas y territorios en red
La séptima edición de ArteCo despliega una trama de sedes, programas y exposiciones que reconfiguran el mapa cultural de Corrientes. La feria ya no se limita a un único recinto: se derrama por museos, centros culturales, calles y galerías, volviéndose una experiencia territorial y múltiple. En esta expansión, el arte aparece como práctica situada, como punto de encuentro y como interpelación del presente.
Entre los espacios activados se encuentran el Museo de Artesanías Tradicionales, el Museo Antropológico Ex Casa Martínez, el Instituto de Cultura, el Museo Provincial de Bellas Artes, el Centro de Interpretación del Chamamé, la Sala del Sol del CCU UNNE, y los espacios culturales MECA y El Vivero. Cada sede alberga curadurías específicas que hilvanan obras, lenguajes y perspectivas.
En el Museo de Artesanías, la artista invitada Desireé de Ridder (Buenos Aires) presenta una exposición bajo la curaduría de Gustavo Insaurralde, que también acompaña la muestra de Karina Amadori (Curitiba) en el mismo espacio. Las dos exposiciones dialogan con el cruce entre oficio y contemporaneidad, entre prácticas materiales y reflexión estética.
En el Museo Arqueológico y Antropológico (ex Casa Martínez) se exhibe obra del artista Alfredo Muñoz (Salta), también bajo la curaduría de Insaurralde. La elección de estos nombres pone de manifiesto el carácter regional y latinoamericano de la feria, que apuesta por una mirada ampliada del Litoral, incorporando voces del norte argentino, Brasil, Paraguay y Uruguay.
El Museo Provincial de Bellas Artes “Dr. Juan R. Vidal” presenta múltiples exposiciones simultáneas, con curadurías de Daniela Russo Casco, Julio Sánchez Baroni, Alejandra Fernández y Fernanda Toccalino. Estas salas operan como cápsulas de sentido que permiten recorrer distintos ejes: desde lo íntimo y poético hasta lo institucional y documental.
Además, la Legislatura de Corrientes aloja una muestra-homenaje doble a Lucho Olivera y Luis Llarens, curada por Luis Bogado. El gesto de incorporar la memoria gráfica y la historieta en el Salón de los Pasos Perdidos apunta a una mirada crítica sobre los lenguajes visuales que marcaron generaciones.
El Vivero (Espacio Mariño) será sede de la exposición Litoralidad, que inaugura el 21 de mayo y plantea una lectura sensible del territorio desde prácticas contemporáneas. En paralelo, la Sala del Sol alojará la muestra Nee Raity, y el Instituto de Cultura inaugurará la exposición colectiva Ñande Arte, todas con foco en la producción regional.
La galería ORTO, por su parte, presenta La Caja de Pandora, una exposición colectiva con artistas como Lukas Alienígena, Sofía Arbol, Germán Wendel, Juan Garibaldi, Cristian Badaro, Jarumi Nishishinya y Mariela Nieto. Esta propuesta, que culmina en una fiesta performática con DJ set, articula visualidad, sonido y escena, en clave generacional.
A esto se suma la presencia de Fundación PROA en el Centro de Interpretación del Chamamé, y la intervención urbana de Blas Aparecido y Marcos Benítez en La Alondra. La feria no solo exhibe, sino que también activa espacios híbridos, donde el arte se cruza con la vida cotidiana y el espacio público.
¿Dónde estamos cuando hablamos de arte contemporáneo?
ArteCo 2025 se afirma como una plataforma clave para visibilizar y consolidar las escenas artísticas del nordeste argentino y sus resonancias continentales. No se trata de reproducir modelos hegemónicos, sino de proponer una articulación propia entre política cultural, territorio y prácticas artísticas.
El enfoque curatorial de esta edición —que prioriza el proceso, el arraigo y las poéticas situadas— pone en tensión la lógica del mercado como única vara de legitimación, sin por eso desechar el valor de la visibilidad, el coleccionismo o el trabajo institucional sostenido. ArteCo funciona como punto de encuentro entre múltiples agentes: artistas, gestores, curadores, coleccionistas, instituciones públicas y espacios autogestionados. Lejos de ser un evento precario, es una feria profesional con visión de largo plazo, capaz de integrar redes nacionales e internacionales sin perder su anclaje regional.
Como recuerda Joaquín Rodríguez, la feria crece año a año no solo en público y ventas, sino también en la calidad de las postulaciones, en la profesionalización de los procesos y en la posibilidad de abrir un mercado de arte genuinamente federal. En ese sentido, más que medir el éxito en cifras, se trata de reconocer un ecosistema que se fortalece en red, que visibiliza lo que sucede y también lo que podría suceder si se acompaña, si se escucha, si se apuesta por lo común.
No sabemos si el arte cambia el mundo, pero en Corrientes, desde el 22 al 25 de mayo, el mundo parecerá un poco más cercano a eso que todavía no sabemos nombrar.