Por Julieta Ogando
+30 Artistas
Fundación Proa
10 may 2025
Cuando el archivo se convierte en protesta
¿Cómo se archiva una revuelta? ¿Qué hace el arte cuando no quiere representar sino agitar? En un momento en que la política de la memoria está cada vez más administrada, y el archivo parece reducido a una herramienta de catalogación institucional, la muestra Archivo de la Desobediencia (la calle) en PROA21 abre una brecha. O varias.
Curada por el teórico y curador italiano Marco Scotini, esta exposición audiovisual no pretende celebrar el activismo ni estetizarlo. Su gesto es otro: hacer del archivo una forma de resistencia en sí misma, desmontando la idea de archivo como colección pasiva, para proponerlo como un dispositivo vivo, en conflicto, abierto al presente.
La muestra se inauguró el sábado 10 de mayo y permanecerá activa hasta julio de 2025 en la sede de PROA21 en La Boca. Se organiza en tres etapas sucesivas, con 12 videos en cada una, rotando y recombinando sus materiales. Son en total 36 obras de artistas y colectivos internacionales —realizadas entre 1999 y 2023— agrupadas en torno a cuatro ejes temáticos: desobediencia de género, comunidades insurgentes, ecologías radicales y activismo en la diáspora.
Cada eje puede leerse como un campo en disputa, pero también como una forma de subjetividad en tensión: no son categorías estancas, sino zonas porosas donde la identidad, el territorio y la política se reorganizan. Como si el archivo no dijera “esto fue”, sino “esto está pasando”.
Un archivo sin estanterías: Curaduría como dispositivo de activación
Desde el inicio, Archivo de la Desobediencia (la calle) se distancia del modelo clásico de exhibición documental. No hay vitrinas con papeles amarillentos ni líneas cronológicas que guíen la experiencia. Lo que hay son pantallas, cuerpos, voces, protestas, gestos que circulan entre lo político y lo poético. En lugar de jerarquizar las obras según autorías o proveniencias geográficas, Marco Scotini propone una organización afectiva y conceptual: una trama compuesta por cuatro vectores que se entrecruzan, se repiten y se desbordan.
Desobediencia de género
Este eje articula producciones de artistas y colectivos LGBTQ+ en lucha contra el binarismo sexual y las formas neoliberales de normatividad. Pero no lo hace desde un lugar de denuncia congelada, sino desde la construcción de nuevas formas de deseo y comunidad. Hay aquí cuerpos que se fugan, que se transforman, que resisten desde el goce y el gesto mínimo. La desobediencia, en este caso, no es grito sino vibración sostenida.
Obras
Maria Galindo y Mujeres Creando, Revolución puta, 2023 (51’40’’)
Ege Berensel, March of Women (Marcha de mujeres), 2018 (27’)
Marcelo Expósito con Nuria Vila, Tactical Frivolity + Rhythms of Resistance (Frivolidad táctica + Ritmos de resistencia), 2007 (39’)
Carlos Motta, Corpo Fechado – The Devil’s Work (Cuerpo cerrado - La obra del Diablo), 2018 (24’33’’)
Güliz Saglam, 8 Mart 2018 – Istanbul / 8th of March (8 Mart 2018 – Estambul / 8 de Marzo), 2018 (6’)
Seba Calfuqueo, Nunca serás un Weye. You will never be a Weye, 2015 (4’46’’)
Simone Cangelosi, Una nobile rivoluzione: Ritratto di Marcella Di Folco (Una noble revolución: retrato de Marcella Di Folco), 2014 (83’07’’)
Sara Jordenö, Kiki, 2016 (93’48’’)
Pedro Lemebel, Desnudo bajando la escalera, 2014 (2’10’’); Pisagua, 2006 (3’29’’)
Activismo de la diáspora
Migraciones forzadas, desplazamientos coloniales, ciudadanías fragmentadas. En este eje, la calle aparece como espacio de tránsito, pero también de reterritorialización. Los videos reunidos aquí no sólo documentan procesos migratorios, sino que cuestionan los marcos jurídicos y simbólicos que hacen del migrante un sujeto “fuera de lugar”. Las obras trabajan desde la extranjería como una forma de conocimiento situada, politizada, viva.
Obras
Bani Khoshnoudi, El Chinero, un cerro fantasma, 2023 (11’)
Sim Chi Yin, Requiem (Internationale, Goodbye Malaya) [Réquiem (Internacional, Adiós Malaya)], 2017 (6’08’’)
Pınar Öğrenci, Inventory 2021 (Inventario 2021), 2021 (16’)
Ursula Biemann, Sahara Chronicle (Crónica del Sahara), 2006–2009 (33’14’’)
Angela Melitopoulos, Passing Drama (De paso por Drama), 1999 (66’14’’)
LIMINAL & Border Forensics, Asymmetric Visions (Visiones asimétricas), 2023 (10’54’’)
Tita Salina & Irwan Ahmett, B.A.T.A.M (Bila Anda Tiba Akan Menyesal) - When You Arrive You’ll Regret [B.A.T.A.M (Bila Anda Tiba Akan Menyesal) - Al llegar te arrepentirás], 2020 (43’01’’)
Daniela Ortiz, No es un hueco en mi tierra la raíz que arrancaste; es un túnel!, 2024 (24’18’’)
Atelier Impopulaire, Before We Love, Act 2: 12 Gates (Antes de amar, Acto 2: 12 puertas), 2024 (30’)
Ecologías radicales
Ni postal bucólica ni didactismo ecológico. Las obras agrupadas en este eje ponen en crisis la separación entre lo humano y lo más-que-humano, desarmando la lógica extractivista con imágenes que mezclan ciencia, ritual, denuncia y utopía. No se trata solo de proteger la naturaleza, sino de imaginar otras formas de habitarla. Aquí, la calle es monte, río, ruina, jardín.
Obras
Oliver Ressler, The Path is Never the Same (El camino nunca es el mismo), 2022 (27’)
Sanjay Kak, 3 Words on Water (3 palabras sobre el agua), 2002 (85’)
Critical Art Ensemble, Radiation Burn: A Temporary Monument to Public Safety (Quemadura por radiación: un monumento temporal a la seguridad pública), 2010 (12’30’’)
Ravi Agarwal, The Flower Pluckers (Los Recolectores de Flores), 2007 (3’33’’)
Navjot Altaf, Soul Breath Wind (Alma aliento aliento), 2014-2018 (62’)
Urbonas Studio, Juliet Kepes Stone and BUG [Boston Urban Gardens) (Juliet Kepes Stone y BUG (Boston Urban Gardens)], 2011 (42’)
Mao Chenyu, I Have What? Chinese Peasants War: The Rhetoric to Justice (¿Tengo qué? Guerra de los campesinos chinos: la retórica a la justicia), 2013 (103’)
Atelier d’Architecture Autogérée (AAA), Au Rez-de-chaussée de la ville (En los bajos de la ciudad), 2005 (34’)
Karrabing Film Collective, The Family & The Zombie (La familia y el zombie), 2021 (29’23’’)
Comunidades insurgentes
Este núcleo recoge materiales vinculados a experiencias de lucha colectiva en contextos de guerra, opresión estatal o poscolonialismo. Las obras no glorifican la resistencia, sino que revelan sus tensiones internas, sus fracturas, sus formas de persistencia. Cada comunidad insurgente que aparece no es una figura cerrada, sino una pregunta: ¿cómo se sostiene lo común en condiciones de asfixia?
Obras
Paloma Polo, El barro de la revolución, 2019 (120’8’’)
Ali Essafi, Wanted (Al-Hareb) [Se busca (Al-Hareb)], 2011 (20’)
Grupo de Arte Callejero, Aquí Viven Genocidas, 2001 (10’); Invasión, 2001 (3’); Poema visual para escaleras. Estación Lanús, 2002 (3’); Ministerio del Control. Plan Nacional de Desalojo, 2003 (2’); Shopping para artistas, 2003 (1’); Desalojarte en progresión, 2003 (1’)
Khaled Jarrar, The Infiltrators (Los Infiltrados), 2012 (70’)
Etcétera / Movimiento Internacional Errorista, FAKE NEWS – El club del helicóptero, 2017 (7’06’’)
Libia Castro y Ólafur Ólafsson, Aðfaraorð / Preamble (Aðfaraorð / Preámbulo), 2020 (5’06’’)
Roy Samaha, Transparent Evil (Mal transparente), 2011 (27’)
Chto Delat, Partisan Songspiel. A Belgrade Story (Canción partisana. Una historia de Belgrado), 2009 (29’15’’)
Mohanad Yaqubi, R21 aka Restoring Solidarity (R21 alias Restaurar la Solidaridad), 2022 (71’’)
Marco Scotini y la política de montar un archivo
Pensar en Marco Scotini solo como un curador sería limitar el alcance de su trabajo. Crítico de arte, investigador, editor, docente y archivista —pero no en el sentido tradicional del término—, Scotini concibe la curaduría como una práctica política, no por los temas que aborda, sino por la forma en que organiza el conocimiento, lo activa y lo distribuye. Archivo de la Desobediencia, en este sentido, es uno de sus dispositivos más persistentes y móviles: se transforma en cada lugar que visita, rehace sus mapas, suma voces, se descentra.
Desde su creación en 2005, el proyecto ha sido presentado más de veinte veces en distintas ciudades del mundo. Y sin embargo, nunca es el mismo. A veces es un jardín, a veces una escuela, otras un parlamento o una plaza. En Buenos Aires, Scotini eligió la calle como espacio simbólico, retomando el pulso insurrecto del archivo y llevándolo al cruce entre subjetividad, protesta y espacio urbano.
En PROA21 —una sede pensada para experimentaciones de escala media, articulada con la fundación principal pero con autonomía curatorial— la muestra adopta una disposición contenida pero no clausurada. Las obras se distribuyen en pantallas que dialogan entre sí, sin competir por volumen ni espectacularidad. Lo que resuena es el montaje coral: no hay una obra que centralice la atención, sino un campo de intensidades que se activan a través del recorrido. Las sillas, bancos y estructuras de apoyo dispuestos en la sala no son accesorios neutros: invitan a detenerse, a mirar con tiempo, a entrar y salir de cada eje sin rigidez.
Esta elección curatorial —lejos de la espectacularidad o del shock— responde a una ética de la escucha. El archivo, aquí, no grita. Convoca. Se vuelve hospitalario sin dejar de ser incómodo. “Estas imágenes actúan como dispositivos de profanación y reivindican un potencial experimental respecto a las directrices o mandatos políticos”, como señala Scotini en su entrevista con Arts of the Working Class.
En un contexto como el argentino, donde la calle ha sido (y sigue siendo) espacio de reclamo, duelo, fiesta, memoria y enfrentamiento, la aparición de este archivo no funciona como importación, sino como reactivación local de tensiones compartidas. Las protestas estudiantiles en Santiago de Chile, las luchas territoriales en Palestina, las disidencias sexuales en Europa del Este o las resistencias indígenas en América Latina no se presentan como “casos”, sino como parte de una misma coreografía global de lo que no se deja archivar.
Imágenes que desobedecen
La desobediencia, según Marco Scotini, no es un tema: es una metodología. Ni una estética ni un contenido, sino una estrategia sostenida en el tiempo para desafiar la forma en que se organiza la experiencia, se distribuye la mirada y se produce sentido. En una entrevista publicada por Arts of the Working Class, el curador despliega una serie de definiciones clave para comprender el horizonte conceptual de Archivo de la Desobediencia.
“Las imágenes desobedientes no obedecen las normas de una sola categoría cultural exhaustiva”, escribe Scotini. “Son múltiples, heterogéneas, polifónicas y se resisten a definiciones que codifican y cosifican los espacios del arte y de la política.”
Esta multiplicidad no es decorativa: es un gesto de insurgencia contra las formas estabilizadas del saber. Para Scotini, el archivo no es solo un “registro de luchas y protestas”, sino también “un archivo de imaginarios, de modos de vida, de producción, de mirada, de aprendizaje y de autorrepresentación”. En otras palabras, un archivo de cómo vivir políticamente en lo cotidiano.
El Disobedience Archive no documenta únicamente eventos visibles —protestas, ocupaciones, slogans—, sino que indaga en aquello que los medios tradicionales suprimen: lo que pasa en la periferia, lo que no tiene subtítulos, lo que desborda las narrativas dominantes. Desde esta perspectiva, el archivo es también una máquina de ver: hace visible lo que fue excluido del campo visual institucional, o bien recupera aquello que fue neutralizado por su inscripción museística.
“Cada teléfono móvil ahora tiene el poder de desafiar, de convertirse en narrativa”, señala Scotini. Pero rápidamente advierte que el poder de narrar no implica necesariamente el poder de transformar: “una nueva amenaza neoliberal ha captado las aspiraciones libertarias y ha extraído valor del terreno de las demandas sociales que debían oponérsele”.
El peligro es claro: que la desobediencia se convierta en estilo, que las grietas sean absorbidas como decoración, que la crítica se neutralice bajo la forma de una “expresión” inofensiva. El archivo, entonces, debe resistir esa captura. Y lo hace, en palabras del propio Scotini, “como activador del presente en el sentido del cambio social y como recolector de innumerables experiencias de insubordinación como fuerza común”.
La potencia de lo que no se deja archivar
En tiempos donde muchas instituciones culturales recortan sus horizontes críticos para volverse funcionales al mercado o al Estado, Archivo de la Desobediencia (la calle) se presenta como un gesto incómodo, pero necesario. Incómodo porque interpela los modos en que se exhibe, se archiva y se canoniza la resistencia, incluso desde espacios consagrados del arte contemporáneo. Y necesario porque restituye una dimensión conflictiva, colectiva y situada al archivo, desafiando su domesticación como colección “neutra” o “histórica”.
En el marco del arte argentino, donde la calle ha sido siempre un espacio estético y político, esta exposición resuena de manera directa. Pero no por sus referencias explícitas al contexto local (que son mínimas), sino porque activa un reconocimiento sensible y una genealogía posible de la desobediencia como forma de vida.
A diferencia de muchas muestras centradas en el “archivo como forma”, esta no estetiza el dispositivo ni lo convierte en concepto vacío. En cambio, propone una práctica: ver, escuchar, detenerse, pensar con otros. El montaje en PROA21 no pretende epatar, sino invitar al pensamiento crítico en comunidad. En eso, también desobedece.
No hay en esta muestra promesas de transformación inmediata, ni celebraciones simplificadas del activismo. Lo que hay es algo más sutil y más inquietante: una pedagogía de la interrupción, una forma de reponer las fisuras, de sostener lo que no encaja, lo que no se deja archivar ni estabilizar. Y en esa insistencia, hay una política.
La potencia del Archivo de la Desobediencia no está solo en las obras que contiene, sino en la forma en que hace visible lo que el poder quiere volver ruido. En cómo pone en juego no solo imágenes, sino formas de narrar, de ocupar espacio, de compartir preguntas.
En definitiva, el archivo nos permite imaginar que desobedecer también es una forma de cuidar.