Vanesa Amenabar
30 mar 2025
BIO
En Progreso

El Tiempo en los Pliegues
En el mundo de Vanesa Amenábar, el papel no es un soporte, sino un material vivo en constante transformación. Su práctica se sitúa en la frontera entre el arte textil y el diseño, explorando la maleabilidad del papel con una artesana meticulosidad y una increíble intuición cromática. Su vínculo con la materialidad parece inevitable: su formación textil encuentra una extensión natural en la fibra del papel y su algodón, pero su relación con él es otra. No lo piensa como soporte, sino como cuerpo. Lo corta, lo despliega, lo deja agitarse en el espacio. No hay rigidez en sus formas; hay movimiento, hay acumulación, hay una suerte de inquietud interna que hace que cada pieza se perciba en estado de transformación constante.
Vanesa trabaja en silencio. Su espacio de trabajo es un laboratorio donde el papel es diseccionado, multiplicado y reconstruido hasta que algo nuevo emerge de su estructura. Sus herramientas son mínimas: bisturí, tijera, pliegues exactos, cortes minuciosos que bordean lo obsesivo. Su materia prima no es solo el papel, sino el tiempo: la repetición incansable de un gesto que no es solo mecánico, sino también profundamente intuitivo.
Amenábar no dobla, no ensambla, no encaja. Su trabajo está en el filo: en los cortes microscópicos, en los flecos que parecen sostenerse en el aire, en la fragilidad de una obra que pareciera poder desmoronarse con un mínimo cambio de tensión. Cada pieza es un fragmento de algo mayor. No hay bocetos cerrados, no hay certezas previas. Hay una escucha atenta del material y un diálogo constante entre lo que el papel permite y lo que ella intuye que puede extraerle.
En sus últimas obras, la artista introduce un elemento nuevo: el color. Hasta entonces, sus piezas habían sido monocromas, concentradas en la textura y el volumen. En esta serie, la superposición de tonos genera nuevas tensiones. Los colores no son azarosos: responden a un sistema propio de equilibrio y contraste que parece reproducir la lógica de la naturaleza. El color no se impone, sino que aparece en pequeños destellos sobre un paisaje mayor.
Su método es casi coreográfico. Se sienta, se concentra, repite los mismos movimientos con precisión quirúrgica. Cada corte es idéntico pero nunca igual. La mano puede dudar, la fibra del papel puede reaccionar de forma imprevista, el material puede imponerse. La obra final es siempre una negociación entre la intención y la resistencia de la materia.
Lo primero que sorprende al verla trabajar es la velocidad y precisión con la que transforma hojas enteras en superficies inquietas y dinámicas. Su técnica consiste en cortar delicadísimos flecos en el papel, creando estructuras etéreas que oscilan entre lo bidimensional y lo tridimensional. El papel, sometido a este proceso, deja de ser un simple objeto estático y adquiere un nuevo comportamiento: se mueve con el aire, proyecta sombras, cambia con la luz. Hay algo hipnótico en su ejecución, un trance en el que la artista parece perderse en la repetición del gesto, en el ritmo silencioso de la transformación.
La elección de la paleta no es arbitraria. Amenábar tiene un dominio instintivo del color, mezclando tonos con una naturalidad que delata su formación en el diseño. Pero aquí el color no es decorativo, sino estructural: cada variación cromática enfatiza los volúmenes y genera profundidades inesperadas en la superficie del papel. Es un color que no solo se ve, sino que se percibe en la textura, en la forma en que cada pieza se despliega en el espacio.
Al conversar con ella, emerge un discurso sin pretensiones sobre su propia obra. No hay grandes teorías ni conceptualizaciones rígidas, sino una conexión honesta con el hacer. Su práctica es mecánica y meditativa a la vez, un trabajo que requiere paciencia y un compromiso con la materialidad que rara vez se encuentra en el arte contemporáneo.
Su obra reivindica el tiempo de la mano, el tiempo del papel, el tiempo del oficio. No busca representar, sino transformar. El papel deja de ser un soporte pasivo para convertirse en un organismo en sí mismo, un tejido de posibilidades donde la línea entre lo textil y lo escultórico se disuelve. En este juego de tensiones, Vanesa Amenábar no solo construye formas, sino que les da una vida propia. Su práctica es anacrónica. No hay atajos, no hay automatización, no hay herramientas que aceleren el proceso. Su obra se construye a través de una temporalidad que desafía la inmediatez. Cada pieza requiere horas de trabajo, cada decisión se toma en el instante, cada fragmento se convierte en parte de una estructura mayor que no puede preverse del todo.
Vanesa Amenábar trabaja con la espera, con la acumulación, con el tiempo suspendido en cada fleco, en cada pliegue, en cada línea sutilmente desviada de su eje. Su obra es una prueba de que la paciencia sigue siendo una de las formas más radicales de hacer arte.
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