Hay algo fascinante en los ingresos recientes de un museo. No solo expanden su colección, sino que revelan, en cierto modo, qué narrativas se están incorporando al patrimonio cultural. ¿Cómo se decide qué merece ser conservado? ¿Qué discursos se filtran en estas adquisiciones? Últimos ingresos, la muestra que reúne las recientes donaciones al Museo Nacional de Bellas Artes, nos invita a pensar el museo como un organismo vivo, un archivo en permanente construcción. Y como todo archivo, dice tanto por lo que incorpora como por lo que deja afuera.

Las piezas seleccionadas para esta exhibición atraviesan un arco temporal y estilístico que va desde un dibujo del siglo XVII de Giovanni Lanfranco hasta obras contemporáneas de artistas como Marcelo Grosman, María Martorell y Dolores Zinny. Entre estos extremos, el museo nos ofrece un recorrido fragmentado, una serie de huellas que dialogan entre sí de maneras inesperadas.

Uno de los ejes más potentes de la muestra es la relación entre la identidad y su disolución. Guilty! de Marcelo Grosman interpela de lleno este problema: retratos construidos a partir de la superposición de placas, imágenes que evocan la iconografía penitenciaria pero que, en lugar de fijar identidades, las desdibujan. ¿Quiénes son los verdaderos culpables en una sociedad obsesionada con la vigilancia y el castigo? La técnica de Grosman resuena con las teorías de Michel Foucault sobre la biopolítica: la manera en que el poder administra cuerpos, regula comportamientos y construye sujetos. En un tiempo donde el reconocimiento facial y la inteligencia artificial amplían los mecanismos de control, ¿qué significa una imagen de identidad que se resiste a ser fijada?

Desde otra perspectiva, El paño amarillo de Guillermo Roux nos devuelve a un tipo de representación más clásica, pero no por eso menos intrigante. La escena de una mujer absorta en su trabajo textil parece cargada de una extraña solemnidad. Hay algo casi ritual en la manera en que el amarillo del paño se convierte en el centro de la imagen, absorbiendo la luz y la mirada. Como en muchas de las pinturas de Roux, la atmósfera es silenciosa, pero el silencio no es vacío: es expectante. ¿Qué historia se teje en esa tela que nunca veremos terminada?

Lo matérico se vuelve un elemento clave en obras como Campo inmediato de Dolores Zinny y Juan Maidagan. Aquí, el color y la estructura dialogan con el espacio arquitectónico del museo, alterando la percepción del espectador. La obra actúa como un filtro: tamiza la luz, fragmenta el entorno, nos obliga a mirar a través de sus transparencias. En tiempos donde el espacio expositivo se ha convertido en un campo de experimentación, ¿hasta qué punto una obra deja de ser objeto y se convierte en parte del entorno?

La fragmentación y el cuerpo aparecen también en la escultura Eternidad de Humberto Gómez Lollo. Tallada en mármol, su forma sinuosa parece desafiar la dureza del material. Hay algo de inasible en su contorno, una especie de torsión orgánica que desafía la estabilidad. Frente a esta pieza, es inevitable preguntarse: ¿qué significa la eternidad en el contexto del arte? ¿Es un ideal, una aspiración, o una imposibilidad?

Mientras tanto, Ricky Rock interpretando Lluvia de casas de Martín Reyna nos sumerge en una escena donde la figura se diluye en un paisaje pictórico casi alucinatorio. La pintura parece estar en un estado de metamorfosis constante, como si estuviera en el límite entre la imagen y su desaparición. En tiempos donde la virtualidad redefine nuestra relación con la imagen, ¿cómo seguimos pensando la pintura como un medio para capturar lo real?

El dibujo de Giovanni Lanfranco, el más antiguo de la muestra, actúa casi como una anomalía en este contexto. Un vestigio de otra época, otro tiempo de producción, otro régimen de representación. Sin embargo, la manera en que las figuras se elevan en la composición, su gestualidad casi teatral, conecta con una tradición del arte que sigue resonando en muchas de las piezas contemporáneas. Tal vez, lo más interesante de un ingreso museístico sea justamente esto: la forma en que una nueva obra desplaza ligeramente todas las demás, reconfigura relaciones, genera nuevas conexiones. Nada queda fijo, nada es definitivo.

Últimos ingresos evidencia cómo el museo crece en preguntas y nos invita a pensarlo como un espacio en transformación, donde las historias que contamos sobre el arte están en permanente negociación. ¿Qué otras obras deberían entrar en este archivo del futuro? ¿Cuáles siguen esperando ser vistas, reconocidas, resguardadas? La historia del arte no es un relato cerrado, y esta exhibición nos lo recuerda con claridad. Cada obra aquí es un punto de partida, una pregunta abierta, un umbral hacia lo que aún está por construirse.