El Círculo Infinito de la Intuición
jueves, 7 de agosto de 2025
Este jueves, en la intimidad cálida de su casa, Millaray Gavilán presentó su trabajo más reciente. Chilena de origen y porteña por adopción desde 1976, su camino vital ha transitado la labor social, la escritura y, más recientemente, la producción artística. La curaduría estuvo a cargo de Roxana Punta Álvarez quien, en su rol de merchant, potencia la proyección de la artista. La acompañaron figuras admiradas como Eulogio de Jesús, su maestro, y el crítico Julio Sánchez Baroni, autor del texto de presentación.
Frente a sus obras, lo primero que percibí fue pintura: planos de color que se encontraban, se acariciaban o se distanciaban, con la suavidad de un trazo seguro. Y, sin embargo, mis sentidos tardaron en aceptar la verdad: eran collages. Formas recortadas con precisión quirúrgica y pegadas sobre tela, de un modo tan impecable que la huella del corte desaparece. La serie de tondos, círculos perfectos que ya cargan en sí la idea de lo eterno, combina óleo y grafito con una lógica compositiva que oscila entre el diálogo y el roce, entre la vecindad y el choque. Hay en ellos un orden interno que no se impone, sino que se revela al mirarlos largo rato.
Millaray ve el mundo en formas: un árbol como una recta, un vuelo como un triángulo, la vida como un gran mosaico mutable. No extraña, entonces, que su método se parezca tanto a su filosofía: cortar, mover, pegar, volver a cortar… y recomenzar. El collage como vida, como proceso abierto que no teme al error porque sabe que el error también es materia. Sus tondos son, en el sentido que Panofsky daría a la iconología, símbolos cargados: círculos que hablan de ciclos, de la promesa del regreso, de la posibilidad de volver a armarse de otro modo. Pienso en las palabras de Benjamin sobre la obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica: aquí no hay mecánica fría, sino una reproductibilidad íntima, manual, que repite y renueva al mismo tiempo. Y pienso también en Blake, evocado por Julio: depurar la percepción para encontrar lo infinito.
Millaray está en el inicio de su camino artístico, pero lo recorre con una claridad que muchos persiguen durante décadas. Sus obras tienen la rara virtud de ser, a la vez, cercanas y misteriosas: nos invitan a tocarlas con la vista, a seguir sus contornos como si fueran mapas de un territorio recién descubierto. Que figuras como Roxana Punta Álvarez, Eulogio de Jesús y Julio Sánchez Baroni acompañen este nacimiento no es solo un gesto de apoyo: es el reconocimiento de que aquí hay algo genuino, sensible y sólido. Si el collage es vida, como ella dice, Millaray nos recuerda que la vida puede ser armada y rearmada con paciencia, intuición y un sentido profundo de la forma. Y que, en ese círculo infinito, siempre hay espacio para volver a empezar.