Escenas de mi archivo

Igbó Alákorin de David Virelles

Buenos Aires

miércoles, 15 de octubre de 2025

Por

Marcia Maturell Anaya

El último álbum de Virelles es una JOYA, sí, en mayúsculas. Tuve el honor de escucharlo y la emoción quedó a flor de piel. Increíble lo que logra el artista con su obra. ¿Será que me toca de cerca por escucharlo lejos de mi Isla, esa que cada vez siento que no tendré cerca en ningún futuro? Ese desarraigo forzado que no pedí y al que, sin querer, me voy acostumbrando. O quizá la escucha me lleva a una conexión directa con mis raíces, mis ancestros y mi tierra, sin importar dónde esté, porque los llevo conmigo adonde vaya. Capaz es la fusión de todo a la vez y van de la mano, sin poder separar una cosa de la otra.

Sea como sea, lo único que sé es que este álbum me tocó de lleno. Durante casi dos horas me fui a esa época que no viví pero que en este viaje sonoro David recrea con cuidado, detalle a detalle. Durante esas casi dos horas volví a mis recuerdos de infancia: mi abuela cantando sones y boleros mientras tejía en ese sillón de la casa de H, en El Vedado, ese mismo sillón que treinta años después sigue ahí, en el mismo living.

Una escena que parece congelada en el tiempo, aunque el tiempo sí pasó y de mi abuela solo me quedan recuerdos. Esos recuerdos que intento siempre mantener presentes por miedo a que un día se borren.

Y mi abuelo, con su guitarra, uno de sus tesoros más preciados. Nadie podía tocarla sin él custodiándola. Todos le teníamos el máximo respeto a su instrumento, aunque no fuera músico de profesión. Y cuando tocaba —creo que solo en reuniones familiares— nadie se movía, ni siquiera por un café, y los aplausos se escuchaban en todo el barrio. Afinarla, eso sí, lo hacía solo. Yo siempre me colaba y me sentaba a escucharlo afinar; nunca me impidió acompañarlo, a pesar de que era muy pequeña y de que esa guitarra era uno de sus tesoros. Y el vecino Orlando, que ya debe estar por los noventa, se sacaba unas décimas tremendas. Se escuchaban los acordes del abuelo y al ratito aparecían él y su esposa a saludar, y esas décimas salían sí o sí. Su nieto, que lo vi nacer, casi un primo más y que también está lejos de la Isla, seguramente lea esto. Cada tanto hablamos y nuestras charlas giran en torno a los recuerdos de nuestras familias; les damos más importancia a eso que a contarnos cómo estamos.

Y ahora, atando cabos, entiendo de dónde viene el amor de mi padre por la música y el mío, en consecuencia.

Qué hermoso regresar a mi Isla por un rato mientras escucho Igbó Alákorin. Gracias.

Foto de portada por Ogata