Por Julieta Ogando

Notas de un pintor de Christian Dalla

Notas de un pintor de Christian Dalla

Notas de un pintor de Christian Dalla

Christian Dalla

Ciudad Autónoma de Buenos Aires

29 jun 2025

Estar presente en cada pincelada

En Notas de un pintor, Christian Dalla no solo pinta, también piensa en voz alta. Y al hacerlo, nos permite entrar en un espacio raramente visible: el del taller como extensión del cuerpo, como refugio emocional, como lugar de duda, de disciplina y de hallazgos mínimos que, a la larga, marcan un camino.

Lejos de cualquier manifiesto, este libro se lee como un cuaderno de navegación. Dalla registra un año entero de trabajo (de junio de 2024 a mayo de 2025) a través de 20 pinturas y de los pensamientos que las acompañaron. Pero no esperemos teorías sobre la figuración ni reflexiones generalistas sobre el arte. Lo que encontramos es algo más simple y, a la vez, más revelador: una escritura desde el interior del hacer, desde la experiencia encarnada del oficio. Como dice en la introducción:

“Este libro es el resultado de una decisión: tomarme un año para repensarme como pintor.”

En este sentido, lo que Dalla hace no es solo documentar un año de producción, sino construir una reflexión desde adentro. Su escritura no es una prolongación ornamental de la obra, sino un modo de entenderla, de hablar con ella, incluso de ponerla en duda. Como Pauline Kael, que decía no saber lo que pensaba de una película hasta terminar de escribir sobre ella, Dalla parece descubrir en la escritura una herramienta de claridad y también de compañía. “Escribir sobre mi vida como pintor cumple un doble propósito”, dice, “me ayuda a poner en palabras aquello que a veces solo intuyo cuando pinto”. Escribir para ver, escribir para comprender.

Y lo cumple. Lo más notable del libro es su forma de mirar el trabajo propio. No hay triunfalismo ni falsa humildad. Hay, sí, un tono de autoobservación lúcida, casi confesional, que combina la precisión técnica con una búsqueda emocional constante. Cada pintura es una escena que se abre:

“Cada cuadro elegido abrió nuevas preguntas, nuevas dudas y, sobre todo, renovadas ganas de seguir pintando.”

Mientras leía el libro, empecé a notar ciertos patrones que se repetían con naturalidad. Dalla suele comenzar cada nota desde una sensación de incomodidad —“había algo en mi forma de pintar que no me dejaba conforme”, escribe—, luego avanza hacia la descripción de las decisiones técnicas (la paleta elegida, el orden del trabajo, el tamaño del soporte), y finalmente se detiene en aquello que esa pintura le enseñó sobre sí mismo. Es una estructura reconocible, pero lejos de volverse predecible, funciona como una variación sutil sobre un mismo gesto: mirar el cuadro como si fuera, también, un espejo interior.

Hay algo particularmente valioso en su forma de hablar de los errores, no como fallas sino como condiciones de posibilidad. En Una siesta y un ojo, por ejemplo, narra el proceso de una pintura que le costó más que otras: “Cada vez que avanzaba un poco, me devolvía el doble de resistencia.” Pero no abandona. Se detiene en un ojo, lo trabaja durante horas, y desde ahí reconstruye todo. Esa es una de las potencias del libro: mostrar que muchas veces, avanzar es volver a empezar desde un punto mínimo, una y otra vez.

Ese gesto técnico que se afina —que encuentra en una paleta reducida una forma de unidad, como cuando adopta la de Anders Zorn para pintar con apenas cuatro colores— no está separado de la construcción afectiva de su pintura. Pintar, en Dalla, es también elegir una temperatura emocional. Y eso se nota en su uso del ocre, del negro marfil, de los verdes terrosos, más cercanos a la intimidad que a la espectacularidad. “Con muy poco se puede lograr muchísimo”, escribe. Pero lo que conmueve es que ese “muy poco” no es un límite, sino una ética: pintar con lo que hay, desde donde uno es.

A medida que avanzaba en la lectura, empecé a reconocer una escena que se repetía con frecuencia: Dalla sube al taller con sueño, cansado, pero igual pinta. No lo hace por un encargo ni porque lo espere una exposición, sino porque necesita “no perder la pintura”. Ese gesto —que a veces ocurre a última hora del día, en apenas un par de horas antes de dormir— se vuelve una especie de mantra silencioso. No hay épica ni dramatismo, solo método y persistencia. Como lectora, esa repetición empezó a revelarme algo más profundo: que en esa rutina cotidiana, casi obstinada, hay también una forma de pensamiento. Pintar todos los días, aun cuando no hay resultados visibles, es una manera de quedarse. De estar. De resistir cuando todo alrededor cambia.

También hay un hilo que une estas notas: la idea de que pintar es estar presente. Y no solo en el momento de apoyar el pincel, sino en la mirada, en el ritmo, en el cuerpo. “Pintar bien esa nariz era mi forma de conseguir agua”, escribe en El círculo del cambio, comparando su método con las técnicas de supervivencia. Es una metáfora sencilla pero potente: pintar no como producción, sino como forma de sostenerse.

Dalla pinta desde un taller doméstico en Buenos Aires, en una casa donde conviven los hijos, la pareja, la rutina, los ruidos de una fábrica vecina. Ese entorno se cuela en el libro con naturalidad, y es parte de su encanto. Hay escenas en las que su hija juega, su esposa cose, o él mismo baja a la cocina a calentar agua mientras piensa cómo resolver un pliegue en una camisa. La vida no está al margen del arte, está adentro. “La pintura no está separada de la vida, y cada cuadro es, al mismo tiempo, una forma de narrar lo que no siempre se dice.”

A esto se suma una elección estética que también funciona como posición ética: seguir apostando por la pintura figurativa en un contexto donde la abstracción y lo conceptual dominan el mercado del arte contemporáneo. Pero no lo hace desde la reacción ni la nostalgia. Su figuración es íntima y sensible en su persistencia. No busca sorprender, sino permanecer.

En Notas de un pintor, Christian Dalla nos recuerda que el trabajo artístico no se define por el resultado, sino por el modo en que uno lo habita. Y eso lo vuelve profundamente contemporáneo. Porque frente a la velocidad, la ansiedad de visibilidad y la saturación de discursos, él propone algo más difícil: detenerse, mirar con cuidado, estar ahí.

Lo que también enseña Notas de un pintor es algo que excede a la pintura. Una pedagogía del tiempo lento. Dalla no impone velocidad, no se obsesiona con la producción ni con la productividad. Por el contrario, encuentra en el detalle, en la concentración sobre una nariz, un ojo, una cortina o una mano artrítica, un modo de habitar con sentido. “El tamaño del soporte no me exonera de trabajar con atención absoluta”, afirma. Y en esa frase se condensa una ética que no es solo artística, sino existencial: comprometerse con cada parte, aún cuando parezca mínima. Ser fiel al presente. Porque ahí —y solo ahí— la pintura puede suceder.

“Cada centímetro cuadrado de mis pinturas merece mi atención. Si algo no parece complejo o resuelto, debe ser porque así lo decidí, no porque lo pasé por alto.”

Esa frase podría funcionar como mantra, pero también como poética. Porque eso es lo que hace Dalla, y lo que logra transmitir en este libro silencioso y necesario: pintar no para demostrar, sino para comprender.

Esta foto captura el ambiente general del espacio de la feria MAPA durante el evento. El lugar, caracterizado por su arquitectura industrial, está lleno de asistentes que se mezclan y ven las obras de arte. La configuración incluye varias obras de arte exhibidas a lo largo de las paredes blancas de la galería, iluminadas por la iluminación del lugar, contribuyendo a un ambiente vibrante y atractivo.

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