ArteCo Parte I: Museo de Bellas Artes
viernes, 23 de mayo de 2025
Hay días en los que todo empieza antes de tiempo. A las cinco de la mañana suena el despertador y no hay poesía posible: hay que levantarse, valija en mano, y salir corriendo al aeropuerto. Volar temprano es como pactar con el cuerpo un pequeño sacrificio. Pero hay veces en las que el cansancio no pesa, porque la energía del destino te arrastra. Corrientes es una de esas veces.
Apenas llegué, la ciudad ya estaba despierta. Los colores más nítidos, la brisa tibia, las calles bordeadas de verde, las veredas angostas y los saludos genuinos —ese arte correntino de recibir, de mirar a los ojos, de invitarte a pasar— me acompañaron hasta la puerta del Museo Provincial de Bellas Artes Dr. Juan R. Vidal. Entré todavía con la mochila a cuestas, como quien no quiere perder ni un minuto. Y adentro, la primera certeza: esto no era solo una muestra. Era un estado del alma correntina.
“Expresiones del Payé” es el nombre del recorrido curado por Daniela Russo Casco, y ese título no es decorativo: es promesa, declaración de intenciones y hechizo a la vez. Porque el payé, en Corrientes, es eso que no se ve pero se siente. Una energía entre lo mágico y lo cotidiano, que se cuela en las palabras, en los vínculos, y —sí— también en el arte.
Lo que encontré en ese museo no fue una exhibición ordenada por corrientes estilísticas ni líneas de tiempo académicas. Fue otra cosa. Una constelación. Una reunión generosa de voces, de generaciones, de lenguajes que no compiten, sino que se prestan el cuerpo. Fundadores, artistas consagrados, emergentes, retornados. Pintura, escultura, instalación, fotografía, joyería. Y en medio de todo eso, algo que se escapaba de las paredes: el gesto colectivo de armar, entre todos, un archivo sensible del Taragüi.
Para mantenerme en pie, tuve que seguir el ritmo de los correntinos: varios cafés más tarde, seguía de pie y cada vez más fascinada. No solo por la muestra, sino por el modo en que el arte aquí se hace presente.
Y esto recién empieza.
Un recorrido expandido y afectivo
“Expresiones del Payé” no propone una cronología ni una tesis. Lo que arma, en cambio, es un tejido de presencias: artistas que son memoria, artistas que son presente activo, artistas que se convierten en presagio. Y todo dispuesto en una museografía que respira sin pretensiones de espectacularidad, pero con una potencia emocional sostenida por lo múltiple, lo compartido, lo inesperado.
La curaduría de Daniela Russo Casco entiende que el arte no necesita ser traducido para ser sentido. En vez de explicarlo, lo deja desplegarse. Cada sala del Museo Vidal se transforma en una cápsula donde conviven estilos, técnicas, épocas y geografías subjetivas. Pero, a diferencia de otras muestras donde lo ecléctico puede volverse confuso, acá la diversidad funciona como una lógica interna: no como dispersión, sino como coralidad.
No se impone un centro. Lo que hay es una serie de conexiones porosas, de ritmos que se encadenan, de imágenes que invitan a demorarse y otras que piden pasar rápido, como quien no quiere robar demasiada intimidad. La curaduría habilita esas lecturas distintas sin temor a la contradicción.
Este enfoque no responde a las lógicas del arte contemporáneo capitalino, donde muchas veces curar implica corregir, pulir o tensar al artista. Aquí la curaduría es un modo de acompañar, de vincular, de abrir. Una hospitalidad curatorial que refleja también la hospitalidad de la ciudad: el arte no está hecho para alardear, sino para invitarte a quedarte un rato más, a mirar de nuevo, a dejarte tocar.
En ese gesto hay algo profundamente político. En lugar de imponer una visión cerrada, la muestra se convierte en un territorio de lectura abierta, donde cada obra puede brillar en su singularidad, pero también colaborar con el clima general. Como si el museo entero dijera: “Esto también somos, aunque no sepamos todavía cómo nombrarlo”.
En un recorrido marcado por lo diverso, se destacan ciertos núcleos donde las obras resisten cualquier intento de homogeneización. La exhibición alterna climas, intensidades, registros materiales. Del realismo lírico al sincretismo popular, del humor barroco al refinamiento minimalista. Pero si hay una muestra que condensa esa multiplicidad en un gesto propio —firme y delicado a la vez— es Mandu’a, de Alicia Esquivel. Ubicada en una de las salas más sobrias del Museo Vidal, la exposición curada por Fernanda Toccalino logra, sin estridencias, abrir un espacio de memoria activa. Esquivel despliega un linaje. Cada pieza —collares, anillos, dijes, ornamentos— es parte de una serie donde el adorno embellece y conjura. Trabajando con materiales reciclados, semillas, huesos de vaca y metales nobles, sus joyas son manifiestos íntimos. En la Serie Orgánica, el ámbar y el cristal de Murano conviven con formas que simulan el movimiento del agua, la respiración vegetal, la pulsión vital. Pero es en Caracú, donde la artista trabaja con huesos rescatados del campo y los combina con plata, que algo más profundo se activa: una arqueología emocional del litoral. Hay allí un gesto de reparación. La joya no como símbolo de valor económico, sino como recuperación de un saber, de un paisaje, de una historia rural y femenina que se resiste al olvido.
En palabras de Esquivel: “Cuando imagino una joya, no pienso en una sola, sino en sus distintas posibilidades de forma”. Y esa frase no solo define su obra, sino que parece describir todo el recorrido de la muestra “Expresiones del Payé”: no hay una verdad única, sino muchas formas posibles de existir, de recordar, de narrar.
Esta poética encuentra resonancia en otras obras del recorrido: las cerámicas con volumen telúrico de cuerpos robustos y peces sobre la cabeza (que parecen guardianes de un mundo secreto), las esculturas populares pintadas con esmaltes de colores estridentes que celebran a la Virgen o a Gauchito Gil, y las instalaciones que, como la gran espiral colgante de collage fotográfico, nos devuelven una iconografía fragmentada del deseo colectivo.
Cada pieza aporta una imagen de Corrientes, pero ninguna pretende agotar la representación. Son expresiones del payé no porque ilustren una cultura esencialista, sino porque convocan un afecto que desborda lo visual: la sensación de estar viendo algo que —aunque no se entienda del todo— se siente como propio.
Hay algo que persiste en esta visita y no está colgado en ninguna pared. No tiene ficha técnica, ni curaduría formal, ni responde a ningún manifiesto. Lo que se siente en esta muestra —y en Corrientes entera— es una energía que excede el guión: una hospitalidad convertida en política cultural. “Expresiones del Payé” no se presenta como tesis ni como catálogo cerrado. Es, más bien, un sistema abierto de correspondencias. Una muestra que asume su rol institucional sin por eso domesticar las potencias de lo que exhibe. No intenta pacificar los lenguajes, ni ordenar las estéticas, ni unificar el tono. Y ahí está su fuerza: no hay curaduría centralizadora que apacigüe el caos del arte cuando brota del territorio.
En ese desorden vital —poético, ritual, festivo— se inscriben las joyas de Alicia Esquivel, pero también los cuerpos escultóricos de barro y esmalte, las imágenes devocionales, los paisajes reinterpretados con ironía, y esa instalación aérea que corta el aire como un ADN del inconsciente colectivo.
Se trata de un arte que no se mira desde lejos: se atraviesa. Se camina entre la gente, se escucha el acento, se conversa con los artistas. En Corrientes, el arte no es un espectáculo para entendidos, sino un tejido vivo que se activa en comunidad.
Quizás por eso, lo más potente de esta visita no fue encontrar respuestas, sino sumarme a una conversación que ya estaba ocurriendo. Una conversación entre generaciones, materiales, paisajes y memorias. Entre quienes hacen arte y quienes lo habitan.
A veces, hace falta despertarse a las cinco de la mañana y volar hasta el borde del país para recordar por qué escribimos sobre arte: no para definir lo que vemos, sino para seguir preguntando qué nos hace ver y sentir así.
Corrientes no solo mostró arte. Nos recibió con payé.