By Julieta Ogando

Berni: Obras únicas

Berni: Obras únicas

Berni: Obras únicas

Antonio Berni

The Art Gallery

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May 13, 2025

“Berni es Berni”, dijo alguien al final del recorrido, como si no hiciera falta explicar más. Pero en estos tiempos, en los que todo —hasta la reverencia— parece licuarse en likes, vale la pena detenerse un poco más. ¿Qué significa montar hoy una muestra de Antonio Berni? ¿Qué puede decir todavía, con sus papeles, sus tachos y sus retazos, en una Buenos Aires saturada de estímulos y de mercado?

Hoy, miércoles 14 de mayo se inaugura en The Art Gallery una muestra que busca responder, con gesto íntimo pero ambición histórica, a esa pregunta. “Obras únicas” reúne una selección de piezas de Antonio Berni provenientes de una colección privada, organizada por el curador Rodrigo Alonso en un formato que oscila entre la galería, el centro cultural y el museo de bolsillo. La muestra coincide con los 120 años del nacimiento del artista (14 de mayo de 1905), y se presenta casi como una reparación simbólica: mientras Rosario —ciudad natal de Berni— y otras instituciones celebran con eventos conmemorativos, Buenos Aires parecía haber pasado por alto la fecha. Esta exposición, entonces, aparece como una respuesta, y como un gesto.

No se trata de una gran retrospectiva institucional ni de un despliegue espectacular. Lo que propone esta muestra es un recorrido pedagógico, pero no escolar, sobre las distintas etapas de un artista que, con más que un estilo, construyó una forma de estar en el mundo. Desde sus retratos familiares hasta grabados, pasando por sus años surrealistas, el viaje a Santiago del Estero, los collages y los experimentos digitales, la muestra se organiza como una cartografía afectiva y crítica. “Queríamos que no fuera solo una galería”, explicó Alonso, “sino algo más parecido a un pequeño museo”.

En una visita exclusiva guiada por Rodrigo Alonso para un pequeño grupo de asistentes, en plena explicación sobre las obras digitales de Berni, alguien se detiene, se gira hacia el grupo y toma la palabra. No para preguntar, sino para intervenir: “Tremendo, parece calcado de hoy, ¿no? Era tal la proliferación de artistas y de exposiciones en todo el mundo, no solamente acá, que se había alejado del arte alto, de un pensamiento más intenso y más profundo. Cualquiera pinta, cualquiera escribe, cualquiera escribe.”

La escena duró apenas unos minutos, pero dejó marca. Alonso escucha con cortesía, intenta retomar el hilo, pero el efecto ya está hecho. La muestra no es una cápsula aislada del presente: el presente irrumpe, sacude, desplaza la estabilidad del relato. Y eso, lejos de arruinar la experiencia, la enriquece.

El comentario —a primera vista anecdótico— funciona como síntoma. Porque lo que estaba en juego en esa sala no era solo la relación entre Berni y la tecnología, sino cómo pensamos hoy el arte, su legitimidad y su saturación, en un mundo donde la producción de imágenes y discursos parece infinita. La frase “cualquiera escribe” no es inocente: pone en crisis la idea misma de autoría, de canon, de valor.

Frente a esa inquietud, las obras digitales de Berni —hechas con impresoras de matriz de punto, en colaboración con técnicos de diseño en los años ‘80— se vuelven casi una contraimagen. Sus errores técnicos, sus texturas lentas, sus degradados pixelados, parecen protestar contra la aceleración de la imagen en la era del prompt. No compiten con el brillo de la inteligencia artificial. Resisten desde otro lugar.

Esa interrupción, sin saberlo, encarnó algo fundamental para ART In Caps: la crítica no está donde se la espera. A veces irrumpe por el costado, y obliga a volver a mirar. Su frase —entre el fastidio y la lucidez— no está tan lejos de las preocupaciones de Berni, que pasó su vida preguntándose qué pasaba con los cuerpos, las infancias, los barrios, la fe, cuando eran filtrados por las lógicas de la técnica, el poder o el mercado. Cambian los soportes. La pregunta persiste.


Lo que se ve (y lo que se recuerda) de Berni

No hay Juanito de tamaño mural, ni Ramona de escenografía pop. Lo que se ve en Obras únicas no es el Berni espectacular, sino el Berni íntimo, experimental, de laboratorio. La muestra se compone de una selección cuidadosa de piezas en papel, pequeños collages, bocetos intervenidos, grabados y algunos trabajos poco difundidos. La curaduría elige evitar los lugares comunes del repertorio berniano y, en su lugar, propone un acercamiento íntimo a obras menos difundidas, pero igual de reveladoras.

Este gesto es fundamental. En vez de insistir en el ícono repetido del arte político latinoamericano —algo que fácilmente puede vaciarse de sentido—, la exposición propone una lectura plural, en movimiento, que hace justicia a la dimensión experimental y multiforme de su obra. Berni no fue solo el inventor de Juanito y Ramona: fue surrealista, paisajista, retratista, cronista del siglo XX, hacedor de máquinas, reciclador antes de que el reciclaje fuera cool, y también, de modo adelantado, un artista digital.


Berni al ras de los materiales

En Obras únicas, lo material no es solo soporte: es enunciado. Las obras que vimos en sala —y que ahora podemos volver a mirar con detalle— insisten en la pregunta por qué está hecha una imagen, y qué hace esa imagen con lo que la rodea.

Las obras de Ramona Montiel, por ejemplo, condensan el lenguaje collage que Berni lleva al extremo. Hechas en técnica mixta sobre papel y tela —con materiales como encajes, textiles, texturas industriales—, estas imágenes proponen una lectura irreverente del cuerpo femenino y del lujo como artificio. Ramona no es musa: es síntoma. Las texturas embellecen pero también deforman, transforman la silueta en una especie de máquina barroca, a medio camino entre el goce, el trabajo y el desecho.

En otras obras el grabado se vuelve campo de mini-relatos sociales. Podemos ver a dos hombres bien vestidos caminan entre un fondo casi caricaturesco: árboles desproporcionados, un cielo que parece tejido. El humor no es ingenuo. Es crítica de clase, pero sin solemnidad. Una especie de Tango meets Max Ernst.

Las piezas con encaje impreso y textiles superpuestos, en cambio, construyen una iconografía ambigua donde el erotismo aparece mediado por lo doméstico. La piel es estampada, las cortinas se convierten en telones escénicos. Lo femenino es construido y revelado a la vez, como si Berni dijera: mirá bien, esto también es parte del decorado.

Una de las joyas silenciosas de la muestra es el paisaje nocturno bajo la luna, pintado con acuarela y pincel suelto. Allí Berni se aleja del compromiso explícito para abrazar el lirismo. Pero incluso aquí, en el gesto más aparentemente neutral, la naturaleza parece agitada, como si el paisaje también estuviera a punto de alzar la voz.


Berni sin bronce

Obras únicas no es una exposición monumental. No viene a reinstalar a Berni en el panteón, ni a sacralizarlo con vitrinas. Y en eso reside su fuerza. Lo que hace Rodrigo Alonso es abrir una conversación con el Berni menos domesticado, ese que aún se permite desviarse, probar cosas, equivocarse, mirar alrededor. Un Berni menos héroe y más humano.

En lugar de repetir el repertorio de sus obras “grandes” —las más reproducidas, compradas, institucionalizadas—, esta muestra se detiene en lo que suele quedar al margen: los retratos íntimos, los collages breves, las pruebas técnicas. Y lo hace como quien busca entender a un artista a través de sus bordes.

Esta decisión curatorial no es menor en el contexto argentino, donde muchas veces el homenaje se confunde con el bronce. Aquí, el archivo no es mausoleo, sino laboratorio. Lo que se expone no es solo la obra, sino el gesto: mirar con atención, elegir con criterio, exponer sin solemnidad. En ese sentido, Obras únicas propone una curaduría humilde pero filosa. No aspira a decir la última palabra sobre Berni, sino a invitar a decir otras.

Y lo consigue. Porque, como Berni, esta muestra no le teme a lo que viene del afuera. La calle entra, el presente interrumpe, el archivo se reacomoda. Y esa, quizás, es la mejor forma de honrarlo: no congelándolo en una postal, sino dejándolo vibrar en medio del ruido.

This photo captures the overall atmosphere of the MAPA fair space during the event. The venue, characterized by its industrial architecture, is filled with attendees mingling and viewing the artworks. The setup includes several pieces of art displayed along the white walls of the gallery, illuminated by the venue's lighting, contributing to a vibrant and engaging atmosphere.

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