By Julieta Ogando

ArteCo 2025 Séptima Edición

ArteCo 2025 Séptima Edición

ArteCo 2025 Séptima Edición

27 galerías, 36 artistas individuales, y 23 proyectos y colectivos

Galería Colón

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May 25, 2025

La feria que nos toca

ArteCo 2025 termina hoy, domingo 25 de mayo, pero lo que deja no se va tan fácil. Durante cuatro días, Corrientes volvió a ser el punto de encuentro más vital del arte contemporáneo en el nordeste argentino, y no solo por la cantidad de propuestas —más de 80 espacios entre galerías, colectivos, artistas individuales y proyectos binacionales— sino porque en cada piso de la Galería Colón (y en cada calle aledaña que se sumó al circuito) se respiró algo que no siempre pasa en una feria: una voluntad sensible de narrarse desde el presente.

Desde que llegamos, con una madrugada empezada a las 5 am y varios cafés acumulados para alcanzar la velocidad emocional de los anfitriones correntinos, la ciudad nos recibe con una mezcla entre el afecto y el deseo de mostrar lo que se está gestando. En el recorrido por la feria, no hay pretensión de cosmopolitismo vacío ni espectacularidad desmedida: lo que se ofrece, más bien, es una constelación de relatos, materiales, saberes y gestos que tensionan las ideas de centro y periferia, arte y diseño, oficio y política, archivo y deseo.


Entre el mito, el barro y el residuo

ArteCo 2025 no tuvo un único hilo conductor, y sin embargo, fue posible identificar pulsos comunes entre propuestas muy disímiles. Como si, a pesar de la descentralización curatorial, emergiera una gramática compartida entre artistas, colectivos y territorios. El barro, el mito, el residuo, lo mágico, lo precario y lo íntimo aparecen y reaparecen, insistentes, como fragmentos de una lengua común en formación.

Uno de los ejes más potentes gira en torno a la desigualdad social y ecológica. Obras como Carroñeros o Espejismo operan como metáforas críticas: la figura que carga con restos teñidos de sangre en un paisaje devastado no es solo una imagen de la destrucción, sino también una interpelación ética —¿quién devora a quién?—. Del otro lado, Espejismo articula la ilusión óptica con una ilusión de clase: entre la sobrevivencia y el exceso, la obra denuncia la promesa rota del progreso.

También hay una línea que podríamos llamar “territorios en trance”, donde naturaleza y política se confunden en estéticas híbridas. En la propuesta del colectivo Sangre Guaraní, el rojo se transforma en clave simbólica: sangre, sí, pero también savia, río, memoria ancestral. El guaraní no es aquí un adorno ni una referencia folclórica, sino una energía viva que atraviesa cuerpos y materiales.

A esa mirada se suma la de proyectos brasileños como Natureza Geométrica, donde lo natural y lo geométrico colisionan para dar cuenta de una ecología transformada por la acción humana. La naturaleza, dicen, ya no puede representarse sin su geometrización forzada: líneas que reemplazan al paisaje, estructuras que simulan lo orgánico. No se trata solo de contaminación: se trata de la imposibilidad de pensar la naturaleza sin su captura simbólica por parte de la cultura.

En otro tono, el colectivo ASTRA convierte lo cotidiano en un escenario encantado: flores, carpinchos, símbolos afectivos del litoral. No hay ironía ni parodia. Hay un deseo —inocente y político— de devolverle al objeto la posibilidad de convertirse en vínculo, de reconectar con lo que nos forma: juego, monte, infancia, textil, humor. En este universo, el arte no se separa del afecto ni del hacer manual.

Proyecto Tramas articula una reflexión más introspectiva sobre materia, memoria y paisaje. Hay una invitación a la lentitud: mirar en blanco y negro, registrar el trazo, observar cómo la línea se convierte en relato. Lo que parece mínimo se vuelve núcleo. Es un arte que no grita, pero deja marca. Una poética de lo que persiste.

Por último, las propuestas de artistas como Richar de Itatí o Pablo Gogna configuran una suerte de surrealismo situado. La “correntinidad” —como dice Gogna— se mezcla con la ciencia ficción, el pop, el reciclaje y el activismo ambiental. Una nena rescata un mono carayá de una botella gigante. Un astronauta ceba mate a un oso hormiguero. El resultado es una estética del absurdo ecológico, una fábula contemporánea donde el humor no tapa la urgencia.


Imágenes del presente, materiales, símbolos y lenguajes

En los pisos de la Galería Colón, donde la feria ArteCo se despliega como un organismo multiforme, la materia se convierte en memoria activa, en síntoma cultural, en pregunta. Las obras fotografiadas durante el recorrido no solo acompañan lo dicho: lo amplifican, lo transforman, lo contradicen. En ese entre, en ese margen fértil entre el texto y la imagen, aparece lo que nos interesa: una nueva gramática del arte contemporáneo del litoral.

Una escultura en cerámica esmaltada, con forma de figura femenina coronada de azul, se sostiene como ícono sincrético. El gesto frontal y la simetría ceremonial remiten a tradiciones votivas, pero el colorido y los detalles de superficie la sacan de cualquier sistema rígido de lectura. Es una figura que no necesita explicar, pero que se impone con el peso de lo sagrado y lo cotidiano al mismo tiempo.

Otro conjunto, de vasijas negras con protuberancias múltiples, parece plantear un cruce entre lo arqueológico y lo especulativo. ¿Son instrumentos de sonido? ¿Fragmentos de una nave biológica? La cerámica mate y porosa despierta una memoria material del barro, pero lo hace en clave de ciencia ficción artesanal. Lo precolombino y lo posthumano se rozan sin conflicto.

Las obras que incorporan elementos de la naturaleza y del descarte —troncos atados con papel de guías telefónicas, plumas y cortezas— no se presentan como alegorías, sino como cuerpos con historia. Hay una voluntad de reparación que se manifiesta en las costuras, en los pliegues, en los anclajes frágiles. El gesto curatorial parece insistir: los materiales saben.

Otras obras hacen visible una ironía afectiva: el retrato de una mujer con el estilo de la Gioconda pero con estética popular del litoral reformula los clásicos con una voz que no pide permiso. La inscripción “gracias” en el cuello funciona como firma, como título, como estrategia de doble sentido. Este tipo de apropiación no es parodia, sino actualización poética.

Finalmente, las instalaciones de pequeñas esculturas sobre tablas de madera activan un lenguaje visual que oscila entre el juego y la denuncia. Como un campamento gráfico de urgencias, cada forma funciona como señal, como protesta silente, como elemento de una cartografía emocional y política.

Hay en todas estas obras una apuesta por los materiales que piensan, por las formas que narran sin necesitar voz, por la posibilidad de tocar temas complejos —la violencia, la identidad, la naturaleza, la religión, la infancia— sin caer en lo explícito ni en el didactismo. ArteCo 2025, en su edición más ambiciosa hasta ahora, nos deja claro que el arte contemporáneo del litoral argentino no necesita buscar centro, porque está construyendo uno propio.


Una galaxia en expansión vertical

La elección de la Galería Colón como sede central de ArteCo 2025 fue más que una solución logística: fue una decisión cargada de sentido. El edificio, antigua sede del Gran Cine Colón, fue recientemente reacondicionado por el Instituto de Cultura de Corrientes para albergar una feria que crece año tras año, y cuya escala ya desborda los salones institucionales tradicionales. El resultado: un ecosistema de cinco pisos donde galerías, colectivos, artistas y ferias paralelas se apilan como capas geológicas de una misma escena viva.

A diferencia de ferias de arte que privilegian lo homogéneo, la Galería Colón ofreció una experiencia de deriva. No había un recorrido lineal ni zonas claramente jerarquizadas: se podía comenzar por el quinto piso y descender hacia el centro neurálgico, o al revés. Ese diseño involuntario forzó al espectador a perderse, a enfrentarse a contrastes abruptos —entre una instalación textil gigante y una fotografía íntima, entre una galería comercial y un colectivo experimental—. Y eso no fue un error: fue una virtud.

El efecto, por momentos, fue el de un collage expandido, una constelación de universos que no buscan la armonía, sino el cruce. Las propuestas de artistas individuales en los pisos superiores convivieron con los espacios institucionales o autogestionados, sin una curaduría que impusiera un relato totalizador, pero sí con una visión de conjunto plural y situada.

Joaquín Rodríguez, curador general de esta edición, definió el criterio con claridad en entrevistas previas: la idea no era imponer un eje temático sino generar un mapa de tensiones, resonancias y contrastes. La selección —a cargo de un jurado diverso que incluyó gestores, coleccionistas y curadores— priorizó la diversidad de formatos, lenguajes y recorridos. El resultado fue una feria que respira por sus bordes, donde lo central no está dado de antemano y donde las periferias cambian de lugar según el punto de vista.

Ese enfoque se nota también en los modos de circulación: no hubo booths cerrados ni estructuras imponentes, sino mesas, biombos, sillas, plantas, videos reproducidos en pantallas de TV, piezas cuidadosamente montadas, cerámicas que reposaban sobre bancos, dibujos pegados a mano. No era una feria aséptica: era una feria viva.

Se sintió, también, una escucha atenta del contexto local: muchas obras interpelaron directamente el territorio, las tensiones socioambientales, los saberes ancestrales, la desigualdad y la memoria regional. Pero lo hicieron sin caer en fórmulas de representación literal ni en postales folklorizantes. ArteCo 2025 logró descentrar sin exponer, visibilizar sin traducir forzadamente. Eso, en términos curatoriales, no es poco.


Lo que queda después del resplandor

ArteCo 2025 no fue una feria “alternativa” ni “periférica”, aunque muchos insistan en ubicarla en esas categorías. Fue una feria radicalmente contemporánea. No por su estética ni por sus tecnologías, sino por algo más difícil de sostener: su apuesta por un arte situado, plural y con vocación de entramado.

La Galería Colón fue durante cuatro días una especie de pulmón expandido donde respirar otras formas de hacer arte. En un mundo del arte cada vez más centralizado y performativo, donde todo parece apuntar a los grandes centros y los grandes nombres, ArteCo funcionó como contracanon: no desde el rechazo, sino desde la diferencia fértil. No fue una feria sin mercado —hubo ventas, hubo coleccionismo, hubo escena—, pero el mercado no fue el motor ni la excusa. Fue un elemento más dentro de una trama compleja.

El recorrido por las propuestas dejó ver una cartografía coral de inquietudes contemporáneas: el problema del extractivismo y la devastación ambiental, las tensiones entre lo ritual y lo digital, las políticas de memoria, el feminismo popular, los afectos, la sobrevivencia queer, la identidad territorial. No como eslóganes, sino como materia viva de las obras. En ese sentido, Carroñeros o Sangre Guaraní interpelaron desde la densidad simbólica; ASTRA y Pasen y vean lo hicieron desde la ternura y el juego. Espejismo dejó un interrogante sobre la distribución de lo visible; Universos con ADN correntino trabajó el humor y el gesto pop sin perder espesor crítico.

La escena correntina se mostró en expansión, en contacto con lo chaqueño, lo misionero, lo paraguayo, lo brasileño. Las fronteras geográficas, lingüísticas y estéticas fueron permeables. Lo que emergió no fue una identidad cerrada, sino un sistema de alianzas y vecindades, donde lo colectivo no significa uniformidad, sino negociación.

Lo que más celebro no es solo la calidad de lo expuesto, sino el gesto político y afectivo de esta feria: su modo de hospedar, de organizar sin domesticar, de articular sin aplastar la singularidad de cada propuesta. ArteCo teje una escena. Y eso es un acto de desobediencia poética.

El arte contemporáneo argentino necesita más espacios como este. No para exhibir más, sino para imaginar en red, en tiempo real, en voz plural. La feria termina, pero su efecto sigue latente. Como todo lo que importa, ArteCo 2025 no termina hoy cuando se apaguen las luces. Apenas empieza.

This photo captures the overall atmosphere of the MAPA fair space during the event. The venue, characterized by its industrial architecture, is filled with attendees mingling and viewing the artworks. The setup includes several pieces of art displayed along the white walls of the gallery, illuminated by the venue's lighting, contributing to a vibrant and engaging atmosphere.

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