ArteCo Parte II: Casa Ñanderekó

Monday, May 26, 2025

Corrientes es, en estos días, un territorio en ebullición. Desde el 23 de mayo, la séptima edición de ArteCo no solo activó los cinco pisos de la Galería Colón, sino que ramificó su pulso por la ciudad. Uno de los espacios donde esa expansión encontró un nodo potente fue en Casa Ñanderekó, sede del Centro de Interpretación del Chamamé. Allí, Fundación Proa presentó la exhibición Territorio en transición, un proyecto que, como su nombre sugiere, no busca clausurar significados sino permitir el movimiento.

La muestra parte de un archivo fotográfico histórico —las imágenes de Christiano Junior, fotógrafo ítalo-brasileño del siglo XIX— y convoca a cinco artistas contemporáneos (Fernando Cattaneo, Cristian Damián Cochia, Alicia Esquivel, Diego Gon y Flor Meyer) a intervenir, responder o desviar esas imágenes. Pero lo más interesante no es la mera actualización del pasado, sino la puesta en fricción entre documento e imaginación, entre historia y deseo, entre archivo y performatividad.

Territorio en transición se articula así como una escena de lectura expandida: no se trata de mirar el pasado con ojos nuevos, sino de preguntarse cómo miramos hoy, con qué marcos, con qué política de la sensibilidad.

Desde el gesto de situar la muestra en Casa Ñanderekó —espacio que condensa una identidad regional ligada al chamamé, al ritual y a la comunidad— la curaduría propone una pregunta sin rodeos: ¿cómo se transforma un territorio cuando lo miramos como archivo y al archivo como campo de disputa? En este sentido, la elección del fondo fotográfico de Christiano Junior no es casual. Sus registros del siglo XIX, producto de una mirada eurocéntrica y colonizadora, se reactivan aquí no como fetiches documentales sino como superficie sobre la que inscribir otras memorias.

El recorte curatorial de Fundación Proa habilita un juego de tensiones: por un lado, los retratos de Junior como marco rígido, normativo; por otro, las obras contemporáneas como contraarchivo vivo. Pero lejos de quedar en el gesto reactivo, los artistas convocados hacen algo más complejo: habitan las grietas del archivo, lo hackean desde lo sensorial, lo micro, lo artesanal. No es un rechazo frontal, sino una estrategia de infiltración afectiva.

Cada obra actúa como un vector de tránsito entre tiempos, modos de representación y territorios simbólicos. En conjunto, trazan una línea de fuga que interpela no solo la historia oficial sino también las formas en que el arte puede operar como reescritura situada.

Desde el gesto de situar la muestra en Casa Ñanderekó —espacio que condensa una identidad regional ligada al chamamé, al ritual y a la comunidad— la curaduría propone una pregunta sin rodeos: ¿cómo se transforma un territorio cuando lo miramos como archivo y al archivo como campo de disputa? En este sentido, la elección del fondo fotográfico de Christiano Junior no es casual. Sus registros del siglo XIX, producto de una mirada eurocéntrica y colonizadora, se reactivan aquí no como fetiches documentales sino como superficie sobre la que inscribir otras memorias.

El recorte curatorial de Fundación Proa habilita un juego de tensiones: por un lado, los retratos de Junior como marco rígido, normativo; por otro, las obras contemporáneas como contraarchivo vivo. Pero lejos de quedar en el gesto reactivo, los artistas convocados hacen algo más complejo: habitan las grietas del archivo, lo hackean desde lo sensorial, lo micro, lo artesanal. No es un rechazo frontal, sino una estrategia de infiltración afectiva.

Cada obra actúa como un vector de tránsito entre tiempos, modos de representación y territorios simbólicos. En conjunto, trazan una línea de fuga que interpela no solo la historia oficial sino también las formas en que el arte puede operar como reescritura situada.

Obras que escriben sobre otras obras

Si el archivo fotográfico de Christiano Junior funciona como un telón de fondo que exige ser leído críticamente, las obras contemporáneas que lo rodean no ilustran ni tematizan: responden con un lenguaje propio, y con estrategias tan diversas como lúcidas.

Fernando Cattaneo

La instalación de Cattaneo opera en el plano de lo visual y lo acústico: estructuras que remiten a herramientas de medición y demarcación se enfrentan a fragmentos de paisaje y sonido. Como si intentara traducir lo inasible —la vibración del monte, la memoria mineral del suelo— en coordenadas formales. Pero cada intento se quiebra, y en ese quiebre aparece la poesía: una geografía que no puede ser capturada sin dejar fuera lo esencial.

Cristian Damián Cochia

Cochia lleva el gesto performático a la materia textil: bordados, hilos tensados, retazos que vibran con una memoria de trabajo doméstico y resistencia. En diálogo con las imágenes del siglo XIX, sus piezas parecen sugerir que cada puntada es también una interrupción del relato hegemónico. Hay un uso insistente del rojo —¿sangre, deseo, urgencia?— que rompe con la asepsia del archivo y lo vuelve cuerpo.

Alicia Esquivel

Ya destacada en esta cobertura por su exposición individual Mandu’a, aquí Esquivel exhibe una obra delicada y feroz a la vez. Trabaja con materiales de desecho —huesos, cápsulas, semillas— para construir joyas que no adornan sino que interrogan. Su gesto está cargado de una sensualidad subversiva: en sus piezas hay una ética de lo mínimo, una política del detalle. Frente a la mirada vertical de Junior, Esquivel responde desde la escala íntima, con una obra que no traduce la memoria, la porta.

Diego Gon

Gon vuelve a la imagen como territorio. Interviene el archivo con una operación sutil: duplica, fragmenta, altera, como si las fotos del siglo XIX fueran vidrios rotos por donde filtrar otra luz. En sus obras, la repetición no es acumulación, sino insistencia. La memoria, parece decirnos, no es un acto de conservación sino de refracción.

Flor Meyer

Meyer presenta un conjunto de piezas que, si bien parten del paisaje, se alejan de toda representación literal. Su obra construye un espacio de pasaje entre lo vegetal, lo textil y lo simbólico. Trabaja con materiales blandos, formas en deriva, tonos que flotan entre lo terroso y lo marino. Lo que propone no es una imagen del territorio sino una inmersión en su ritmo, como si pudiéramos escuchar su respiración lenta.

Una muestra que se interroga a sí misma

Territorio en transición no solo es una exhibición dentro de una feria: es una estrategia curatorial que se permite hablar desde adentro y hacia afuera del circuito institucional. En el contexto de ArteCo —una feria que tensiona los límites entre mercado, escena regional e institucionalidad—, la propuesta de PROA adquiere un peso singular.

Primero, porque articula una curaduría rigurosa con un posicionamiento claro: no viene a ocupar espacio, sino a activar preguntas. ¿Cómo puede una institución como PROA —cuyo imaginario sigue ligado a la escena porteña de alto perfil— repensarse en clave de descentralización? Esta muestra sugiere una respuesta posible: escuchar, desplazarse, componer desde la fricción.

Segundo, porque se inscribe en una tendencia más amplia del arte argentino contemporáneo: la de mirar el territorio como archivo, no como recurso. Aquí no hay una estetización folclórica ni una romanticización del paisaje. Hay un trabajo concreto sobre las formas, las materialidades y los tiempos que configuran una territorialidad múltiple.

En ese sentido, el diálogo entre las obras de Junior y las piezas contemporáneas no es ni revisionismo ni cita posmoderna: es un ejercicio de relectura activa. Una manera de decir que el pasado no está cerrado, y que el archivo no es un lugar de custodia, sino un dispositivo de poder que puede y debe ser intervenido.

Territorio en transición no busca imponer un relato cerrado, sino abrir un campo de fricción productiva. Allí donde podría haber una “muestra institucional” replicando esquemas curaduriales seguros, se propone un gesto de descentramiento: PROA en Casa Ñanderekó no trae respuestas, sino tensiones. Y lo hace sin declamar su descentralización, sino ensayándola con cada decisión material, espacial y poética.

La curaduría de Cecilia Jaime evita los atajos temáticos o las analogías forzadas. No se trata de ver qué tanto se “parecen” las fotos de Junior a las obras contemporáneas, sino de leer en esos vínculos una pregunta sobre la representación: ¿qué cuerpos, qué naturalezas, qué gestos han sido narrados como “lo regional”? ¿Y quién los ha narrado?. La respuesta no se formula, se encarna: en los huesos de Cattaneo, en las digitalizaciones vegetales de Meyer, en la performatividad del barro de Gon, en las máscaras de Alicia Esquivel que miran tanto al carnaval como al futuro.

Hay aquí también una ética del cuidado curatorial: la de no forzar la coexistencia, sino permitir que las obras respiren, se rocen, se incomoden si es necesario. Las vitrinas con piezas de Junior conviven sin nostalgia con instalaciones inmersivas y materiales vivos. El archivo ya no es un mausoleo, sino un organismo en conversación.

En una edición de ArteCo marcada por el calor literal y simbólico de la ciudad, esta muestra encuentra su temperatura propia: una frescura crítica que no se disuelve en el confort, sino que insiste en incomodar dulcemente. Como quien ofrece un vaso de agua con un gesto que es, a la vez, hospitalidad y desafío.

Desde el 23 de mayo hasta julio, 2025

Casa Ñanderekó - Corrientes